La sociedad valenciana: ¿Una sociedad abducida?

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Escrito por Josefa Villanueva Espinosa

JOSEFA VILLANUEVA ESPINOSA, Doctora en Filología Hispánica. Nacida y formada en Francia (Universidad de La Sorbonne y Universidad de Paris-Nanterre) y casada con un valenciano. Se doctoró con una tesis titulada "El nacionalismo valenciano: cien años de pancatalanismo 1906-2006" (2017), editora: L´Oronella. Actualmente colabora con la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV) y con AFEDIV, Asociación defensora de la identidad valenciana.

20 de Abril de 2025

LA SOCIEDAD VALENCIANA: ¿UNA SOCIEDAD ABDUCIDA? Consecuencias de las mentiras de los pancatalanistas

La pregunta es pertinente y cabe plantearla porque cuando una sociedad es seriamente amenazada en su identidad y apenas reacciona, es que ya está abducida o camino de serlo. La pregunta inmediata que surge es ¿Cómo puede ocurrir algo así? Y la respuesta es que aquello ocurre cuando desde la misma sociedad hay quienes desean cambiar la identidad verdadera y, además disponen de los medios para llevar a cabo esa tarea que a primera vista puede parecer imposible. Pero eso se vuelve factible cuando están ubicados en los lugares claves que les permite maniobrar para imponer una versión distorsionada del pasado.

Hace más de cien años que los pancatalanistas vienen tentando a los valencianos de abandonar su idiosincrasia valenciana y su nacionalidad española, para adoptar una inventada «nacionalidad catalana», empezando por Rovira i Virgili (la «nación catalana») en el siglo XIX, pasando por Prat de la Riba (la «Gran Cataluña») y por Joan Fuster (los «países catalanes») en el siglo XX; siendo la firma de las «Bases de Castellón» (21/12/1932), el momento clave en que consiguieron hacer germinar algunas de esas «semillas» plantadas una y otra vez. Algo que no habría ocurrido de no ser porque Cataluña aparecía como una región particularmente próspera, gracias a su industrialización y a que el catalanismo, políticamente muy bien organizado, conseguía un estatuto de autonomía (09/09/1932) en el marco de una nueva república (la Segunda República, 1931-1939).

Joan Fuster

Joan Fuster

Enric Prat De La Riba

Enric Prat De La Riba

Antoni Rovira I Virgili

Antoni Rovira I Virgili

Una circunstancia que reforzaba ese nuevo relato del pasado que los catalanistas se habían auto-asignado. La posterior guerra civil pareció enterrar todo aquello en el olvido, sin embargo, la dictadura franquista fue paradójicamente una época particularmente provechosa para los catalanistas, quienes sibilinamente prepararon el terreno para recuperar todo lo perdido, económica y políticamente. Mientras que los que iban de frente haciendo franca oposición al régimen acababan en la cárcel -principalmente los comunistas-, otros como los nacionalistas catalanes, mucho más ladinos pero sobre todo hipócritas, fingían apoyar al sistema al punto de llegar a ocupar puestos de relevancia dentro de la jerarquía franquista[1]. Es así como todo aquello que no oliera a comunismo conseguía burlar la censura. Ahí está el libro de Joan Fuster, Nosotros los valencianos, publicado en 1962 que no fue ni mucho menos vetado; muy al revés fue interpretado por algunos intelectuales del régimen como una aportación positiva del regionalismo que vendría a consolidar la grandeza de España. Así lo reinterpretaba Diego Sevilla Andrés[2], quien recolocaba esa visión de una Cataluña ensanchada dentro de: «El marco amplísimo de nuestra Patria»[3]. Tal iba la cosa que mientras la economía de la región catalana florecía -porque todos fingían llevarse bien con el régimen-, una burguesía acomodada retomaba el proyecto nacionalista y expansionista, actuando a hurtadillas en nombre de la muy querida cultura catalana despojada de colores políticos. Y por muy increíble que eso parezca, al principio coló; claro que ahí, la iglesia catalanista jugó su muy cuestionable papel (el Monasterio de Montserrat).

En 1977, cuando la democracia volvió a España, el nacionalismo catalán (y también el vasco) ya había contaminado a toda la oposición que, queriendo ser más papista que el papa, asumía de oficio que la democracia no podía ser democracia sin abrirse a la implantación de unos «estatutos de autonomía»; es decir que se pretendía pasar casi instantáneamente de una dictadura a un sistema cuasi-federal. Lo cual ya representaba un condicionante muy sospechoso y evidenciaba la poca tradición democrática del país. En todo caso esa «pulcritud» democrática de la que hacía gala la izquierda española, empezó a chirriar irremediablemente cuando en la región valenciana la derecha despertó. Porque lo cierto es que al principio de la Transición no había comprendido todas las intenciones que se escondían detrás de ciertas palabras, de cierto vocabulario; que por aparentar modernidad -caso de la designación «País Valenciano»-, lo que se buscaba era desnaturalizar la historia de Valencia.

Batalla De Valencia

Batalla De Valencia

Por ello mismo estalló lo que se llamó la «Batalla de Valencia» (1977-1982): el enfrentamiento por la bandera, el nombre institucional de la futura Comunidad Autónoma Valenciana y la lengua. La izquierda valenciana, pro catalanista inconfesa, defendía todo aquello que dentro del futuro estatuto valenciano podría favorecer la implantación de unas bases jurídicas adaptables a esos proyectados «países catalanes». Eso significaba reivindicar el nombre de «País Valenciano» (como futuro «país catalán») frente a «Reino de Valencia» (nombre histórico), la cuatribarrada (igual que la catalana) en vez de la Señera Real (bandera histórica de la región) y la lengua catalana en vez de lengua valenciana (la lengua propia e histórica). En cuanto a la denominación, el empate de fuerzas opuestas al pactar el estatuto (ley orgánica 5/1982, de 1 de julio) produjo ese nombre genérico e insípido de «Comunidad Valenciana». Por contra, se consiguió conservar la bandera y la lengua; sin embargo, la izquierda (desde 1983 a 1995 y 2015 a 2023 en el Gobierno de la Generalitat) no cejó en su empeño de catalanizar la región valenciana. A la vista está el resultado. No hay pueblo donde no exista una calle, una plaza o una avenida que no se llame «País Valenciano», cuando en el Congreso y en el Senado esa misma izquierda se había avenido a renunciar a esa denominación. Y en las universidades, en los libros de texto, en la prensa[4] y hasta en el mismo Senado[5] se habla abiertamente de «Países Catalanes». Pocos discuten que el valenciano sea una modalidad del catalán, además se recurre a la argucia de decir que en Valencia se llama valenciano a la lengua catalana. Y frente a toda esta marea catalanizadora, quedan unos reductos de resistencia que son básicamente unos cuantos intelectuales que escriben en solitario, algunas asociaciones y dos entidades históricas que son Lo Rat-Penat y la Real Academia de Cultura Valenciana. La primera creada en 1878 y la segunda en 1915, pero despreciadas ambas por todos los gobiernos frente a un ente de reciente creación fruto de pactos políticos (Pacto de Reus y Pacto del Majestic – 1996), como es la Academia Valenciana de la Lengua (AVL – 1998), ricamente financiada y obediente a lo que marque el Instituto de Estudios Catalanes (ICE).

Institut D'Estudis Catalans

Institut D’Estudis Catalans

Academia Valenciana De La Llengua

Academia Valenciana De La Llengua

Parece que la política lo puede todo: cambiar la historia, cambiar la lingüística y hasta cambiar denominaciones, dando por bueno nombres que jamás habían existido y creando países que jamás existieron. Sólo basta conseguir llevar el debate hasta el Parlamento, porque tanto la Real Academia Española de la Lengua como la de Historia son las primeras en guardar silencio y, si se las pone en un aprieto acaban dando por bueno lo que digan los políticos de turno. No hay más que observar los vaivenes que ha dado la RAE en este asunto de la catalanidad del valenciano, aunque en puridad no le corresponde a ella decidir lo que es y lo que no es el valenciano. En 148 años esta institución ha pasado de considerar el valenciano, lengua propia de los valencianos a designarla como una modalidad del catalán. En 1822, no se discutía la diferencia entre el valenciano y el catalán. Antes de 1959 se intentó cambiar. En 1968 ya se había vuelto a la definición inicial y, en 1970 otra vez se decía que el valenciano era una modalidad del catalán; lo mismo que sostiene ahora. Pero en 1970 introducía también nuevos conceptos como: «antiguo principado» para designar Cataluña, cuando antes hablaba de provincias catalanas; y «catalanismo», palabra absolutamente inexistente en las ediciones anteriores, definiéndola como: «partido político regionalista y defensor de que Cataluña tenga autonomía más o menos limitada». Reescribir el pasado con vistas a favorecer los intereses del presente no es tarea ni científica ni honesta y, además rezuma una perversidad infinita si se pretende hacer en nombre de la democracia.

Pero si nos trasladamos directamente a la arena política, tendremos que señalar una obviedad que no es menos preocupante. Contra toda lógica se ha impuesto en Occidente el paradigma de que la izquierda es sinónimo de progresismo, haga lo que haga. De ahí que es ella la que decide lo que está bien y lo que está mal; con el agravante de que la izquierda española ha definido desde la Transición dos clases de nacionalismos: el bueno y el malo. El bueno, el respetable y el democrático es el nacionalismo catalán, el vasco, el gallego y el que se antoje. El malo y fascista es el español. Que para quien le espete con la palabra «fascista» -tan recurrida hoy en día-, es como acusarle de ser amigo del Diablo. ¿Y qué pasa con Valencia? Pues ni siquiera los valencianos tienen derecho a beneficiarse de ese maniqueísmo simplón. Aquí el que se defina como «blavero» (defensor de la Señera Real, la tradicional del Reino) y reniegue de la catalanidad se ve abocado igualmente a soportar el estigma de «fascista». Incluso se niega calidad intelectual a todas aquellas personas cultas y profesionales que no aceptan someterse a ese rodillo. Y esta arbitrariedad tan obscena logra imponerse cada vez más porque las nuevas generaciones vienen adoctrinadas desde las aulas. Eso es debido a que la izquierda siempre se ha cuidado de colocar en los puestos claves de universidades, escuelas, administraciones, asociaciones, sindicatos, prensa, emisoras de radio y televisiones etc., personas que comulgan con este relato fabulado, que no solamente va en contra de la verdad histórica, sino en contra de la ley; del mismo estatuto de autonomía que dice que en Valencia se habla el valenciano y que el nombre de la comunidad es «Comunidad Valenciana» y no «País Valenciano». Dentro de todo esto, lo más grave es el hecho de que los mismos medios de comunicación están coartados. La prensa tradicional ya no es una herramienta al servicio de la democracia, porque a duras penas permite publicar artículos que van en contra de esas mentiras. Uno no tiene más que consultar los periódicos del periodo de la «Batalla de Valencia» para comprobar la diferencia con lo que está pasando ahora.

En 1982, Francisco Lliso Genovés[6] denunciaba que fue durante la dictadura franquista cuando la cultura y sobre todo la lengua valenciana habían sido más atacadas, pero no por el régimen en sí, sino porque los catalanistas que entonces se fingían colaboradores del régimen se encargaban de hacer desaparecer la cultura valenciana. Hablaba directamente de «genocidio de la cultura y lengua valencianas», porque se negaba directamente la existencia de la lengua valenciana cuando aún en 1937 se podía leer en una enciclopedia[7], precisamente redactada por catalanes, que en España se habla además de castellano, el catalán, gallego, valenciano, vasco o euskaro y varios dialectos. Añadía que si aquello pudo producirse era porque precisamente el personal docente que habría podido contrarrestar esas mentiras estaba en la cárcel, depurado, suspendido de empleo y sueldo o incluso exiliado, como precio de mantenerse fiel a sus principios y no fingir colaborar con el régimen. Poco pudieron hacer cuando en la Universidad esa estrategia de manipulación se intensificó. La gran paradoja es que se esperaba que con la llegada de la democracia se corrigieran todas las injusticias cometidas; pero no fue así, porque la izquierda ayudó a los pancatalanistas en vez de combatirlas.

Por otro lado, Mario Soria[8] advertía que en Valencia, una mayoría de libros procedían de Barcelona y que en muchos de ellos, o bien sea en la presentación del mismo libro o en el prólogo y anuncios, se insistía en hablar de cultura catalana en todo lo referente a lo producido en Valencia y Baleares. Además señalaba el año 1956 como el principio de ese proceso de catalanización, es decir en plena dictadura franquista. A su vez Juan Baptista Pérez Cervera[9] no podía dejar de informar que en la Enciclopedia catalana se hablaba de «Mar Catalana», para referirse al mar Mediterráneo. José Climent[10], profesor en la Facultad de Teología explicaba que en un libro de M. Valls Gorina (Història de la música catalana, p. 32, año 1969) se ubicaba el Misterio de Elche en tierras catalanas. Y con esa misma lógica catalogaba como músicos catalanes a valencianos como Bernardino Ribera, Ginés Pérez o Joan Baptiste Comes. A este último lo calificaba como «un dels músics més representatius del manierisme musical a les terres catalanes». Además se permitía añadir que el valenciano Joan Baptista Cabanilles «encapçala la llista dels organistes de l´escola catalana». También el catedrático de Derecho Civil, Vicente L. Simó Santonja[11] (notario y académico de número de la que hoy es Real Academia de Cultura Valenciana) refería que en el número 16 de una colección titulada «Coneixer Catalunya» (editada en Barcelona en 1978, por Dopesa), Jordi Maragall, autor de la obra ahí presentada («El pensament filosófic. Segles XVIII i XIX») había escrito en la contraportada: «Este estudio establece las coordenadas en las que se inscriben las manifestaciones del pensamiento filosófico en Cataluña, entendiendo por tal el hecho que se produce en los Países Catalanes, concretamente el Principado, Valencia y las islas durante los siglos XVIII y XIX, llevado a cabo, tanto por los nativos como por los inmigrantes enraizados en la cultura catalana». Y a continuación Simó Santonja dejaba su reflexión aclarando que en el siglo XVIII no se encuentran filósofos catalanes, pero sí valencianos. Y así lo venía a corroborar el mismo Jordi Maragall, quien llegaba a reconocer que la Universidad de Cervera iba a remolque de la de Valencia, porque la mayor parte del tiempo mantenía un espíritu cerrado a nuevas corrientes filosóficas, por lo que no le quedaba otro remedio que recomendar la lectura de todo un elenco de filósofos valencianos como el padre Tomás Vicente Tosca y Mascó (1651-1723), uno de los fundadores del movimiento de los novatores (los que innovaban), Baltazar Íñigo (1656-1746), Juan Bautista Corachán (1661-1741), José Berní Catalá, fundador del Colegio de Abogados (1759), Pedro Montengón y Paret (1745-1824), Vicente Olcina Sempere (1735-1809), Juan Andrés y Morell (1740-1817), principal figura de la escuela universalista española y padre de la literatura comparada; Antonio Eximeno y Pujades (1729-1809), otro autor de la escuela universalista española; Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781). Pero por si fuera poco, otro libro titulado: L´Espirit de Catalunya (Barcelona 1979), escrito por Josep Trueta Raspall (1897-1977) hablaba del valenciano Luis Vives (1492-1540) como «una de las figuras más representativas y destacadas de las cualidades y defectos de su país», añadiendo que: «la muerte de Vives marca un giro en la vida nacional de Cataluña». El caso es que Juan Luis Vives jamás residió en Cataluña y, no tuvo nada que ver con Cataluña porque pasó la mayor parte de su vida fuera de España. Con 20 años su padre lo mandó a Brujas y el resto de su vida transcurrió entre varias ciudades del norte de Europa, evitando volver a España porque era de origen judío (converso, criptojudío) y por ello mismo su familia había sufrido persecuciones de la Inquisición.

Francisco Lliso Genovés[12] llevó sus investigaciones más lejos y descubrió que la mala costumbre de los catalanes de tergiversar la historia remonta por lo menos al siglo XIV, cuando algunos copistas adulteraban las obras que transcribían. Citaba el manuscrito de Ripoll que según él era en gran parte copia adulterada del incunable de Vich (citaba obra y página). En fecha más cercana citaba a Rovira i Virgili, quien en su obra La historia nacional de Cataluña se permitió omitir nombrar a Toledo y Córdoba para hacer parecer que sólo en Barcelona lucía un arte de tipo europeo, refiriéndose al influjo carolingio en las iglesias mozárabes. También aportaba el ejemplo de una exposición en Barcelona sobre pintores catalanes, donde figuraba Sorolla, lo que le llevaba a plantear la pregunta muy pertinente de: ¿por qué si a los catalanes -en virtud del paradigma: lengua y cultura es lo mismo-, se les permitía considerar toda la cultura valenciana como catalana, no se aplicaba la misma regla a las demás regiones? Eso implicaría que todos los artistas andaluces, murcianos o extremeños fueran considerados artistas castellanos.

Josep Narcis Roca I Ferreras

Josep Narcis Roca I Ferreras

Evidentemente esos ejemplos eran pruebas del andamiaje de un plan político cuyo origen remonta a finales del siglo XIX, siendo la antigua Corona de Aragón el marco de referencia, tal como recordaba el historiador José Vicente Gómez Bayarri[13], quien recogía lo escrito en 1873 por Josep Narcis Roca i Ferreras, teorizador de «l´alliberament nacional catalá»: «Amb València, Catalunya i les Balears pot constituirse un estat federal separat i pot construir-se també un estat confederat dividit en provincies des-entralitzades; dificilment un estat federat dintre de si mateix i confederat amb la resta d´Espanya». (Avanç, nº 2 mayo 1977, p. 10). Fue con esa baza cómo en 1906, Prat de la Riba sin más referencia que su propio delirio expansionista, declaraba que: «la nacionalitat catalana amb el nom d´Iberia ja existia, mes de dos mil anys enrera, abraçant quasi tot el territori que formà desprès la Corona d´Aragó y estenent-se pel mig jorn de l´actual França» (Avanç nº 2, mayo 1977, p. 11). Además Gómez Bayarri advertía que en un artículo titulado: «Nació i regió al Paissos Catalans: economia política, estructures territorials i ideologies», varios catalanistas (Josep M. Carreres, Eugeni Giralt, Ernest Lluch y Francesc Roca en Suplemento «Valencia» Levante, p. 32, 1977) confesaban ellos mismos que: «Els intel.lectuals portaren a terme una auténtica tasca de reidentificació nacional». Por supuesto que en esa tarea la contribución de Joan Fuster fue muy activa, al punto que prescindiendo de cualquier referencia histórica era capaz de escribir un prólogo como el de Els mallorquins de Melià, afirmando que: «Els Paisos catalans constitueixen un cos social homogeni desde molt punt de vista començant per la llengua i per tot el que la llengua comporta».

Xavier Casp

Xavier Casp

De ahí la importancia del artículo de Xavier Casp[14], explicando que él durante mucho tiempo había sido director comercial de una gran industria valenciana y también, por algunos años, vicepresidente del club de marketing de Valencia. Subrayaba que una buena publicidad puede llegar al subconsciente sin que apenas lo detecte la parte consciente del cerebro. Estaba pues muy cualificado para apreciar hasta qué punto el pancatalanismo -dirigido por una burguesía catalana poderosa- había desplegado un verdadero arte publicitario en su afán expansionista: cambiando o silenciando hechos históricos según su conveniencia. Para él lo acreditaba el hecho de que el pancatalanismo en Valencia obedecía más a actos de fe que a razones defendidas con coherencia. Daba como ejemplo la casi inexistente argumentación que ofrecía la izquierda para sustentar la artificial denominación de «País Valenciano» frente a «Reino de Valencia». En cuanto a la lengua, el otro caballo de batalla de la catalanización, se sujetaba sobre una defensa a ultranza de las «Normas» de Castellón, a pesar de que en aquel documento no constaba que el valenciano fuera una modalidad del catalán.

El tema de las «Normas» de Castellón es realmente curioso porque es un verdadero exponente de la gigantesca manipulación y confusión que significaba y sigue significando para la sociedad valenciana. Por las mismas fechas el Instituto de Estudios Valencianos[15] publicaba una nota supuestamente aclaratoria de lo que significaban las «normas». Lo más llamativo era que incluso este Instituto había interiorizado el argumentario y el relato de los pancatalanistas, en cuanto a que esas normas se habían concebido para salvar la ortografía valenciana de la anarquía. Lo cual no era cierto porque existían las normas publicadas por el padre Fullana (1914). También que las había firmado la práctica mayoría de quienes escribían en valenciano; que tampoco fue así. Tercero que habían sido el fruto de algo parecido a un pacto de la concordia, cuando en realidad fue sobre todo una traición. Y finalmente que habían sido publicadas por el Ayuntamiento. Ese último dato sí que era cierto, pero no tal como lo decía. Lo mismo en cuanto a que el Padre Fullana firmó. Lo único cierto e importante de esa «nota aclaratoria» era que reconocía que esas «normas» se habían alterado por sufrir «variaciones y desviaciones unilateralmente». En resumen el Instituto venía a defender las «Normas» originales -las no desvirtuadas-, frente a las posteriores transformaciones sufridas; por eso desde el Instituto lamentaban que los enemigos de las «normas» tacharan esas desviaciones de catalanizantes; porque ellos -incomprensiblemente- no apreciaban tal intención.

Aquí el testimonio de Francisco de Borja Cremades Marco[16], miembro del Instituto de Estudios Alicantinos, adquiría particular importancia porque desmontaba el relato del Instituto de Estudios Valencianos. Primero recordaba que esas «normas» no habían sido el fruto de deliberaciones de alguna asamblea de expertos en lingüística y menos de largos estudios profesionales, ya que sus promotores habían sido un grupo de jóvenes (Manuel Sanchis Guarner tenía 21 años cuando las firmó, por lo que no había acabado la carrera) en su época estudiantil que escribían en la revista «Taula de Lletres Valencianes» y que lo hacían empleando las normas del IEC, de ahí que se limitaron a copiar una normativa foránea, sin adjuntar ningún escrito que lo justificara de forma científica u académica. Segundo que la intervención de la Sociedad Castellonense se había reducido a reunir firmas de adhesiones y «¡de qué manera!, según comentarios oídos de algún testigo que aún vive». Luego en cuanto a que las «normas» fueron publicadas por el ayuntamiento de Valencia en la «Festa del Llibre» de 1933; confirmaba que era cierto, pero subrayando que con un nombre distinto: «Normes d’ortografia valenciana«; es decir que se les puso el calificativo de «valencianas», apareciendo con ese mismo título en la Enciclopedia de la Región Valenciana (Volumen 8, páginas 131 y 132). Lo cual significa que se camufló al pueblo, esa «catalanización» de la ortografía valenciana, porque había conciencia de que era algo desleal.

Bases Provisionales De Castellón

Bases Provisionales De Castellón

También, cosa muy importante, se ha pretendido legitimar esas «normas» exhibiendo la firma de Fullana en primera plana y, ahí Cremades Marco corregía, porque efectivamente Fullana acabó firmando ese documento pero no fue el primer firmante, sólo le reservaron el espacio porque era vital conseguir su firma, para que el documento tuviera alguna validez. Luego sabemos que firmó por obediencia a sus superiores, del mismo modo que permaneció en la Academia de Cultura Catalana, también por pura obediencia religiosa, como así lo explicó en el boletín quincenal Acció Valenciana (órgano de Acció Cultural Valenciana, Any I nº 3, Valéncia, 15/05/1930): «per rao de l’obediencia religiosa que m’imposa el meu caracter religiós. Si ara yo seguixc, es perque encara continuen aquells ordens superiors». Por eso, lo recalcamos, esa obediencia debida a sus superiores, fue lo que le llevó a firmar las «normas», muy a su pesar, quedándole sólo el recurso de hacerlo de forma «transaccional». De ahí esa frase muy importante, que los pancatalanistas prefieren no recordar, pero que está escrita en el documento presentado a los firmantes que: «mantenen els seus punts de vista científics, penyora viva de nous progressos». En todo caso, Cremades Marco mostraba su perfecto conocimiento de la situación, primero porque él se había molestado en examinar el documento de las «Bases de Castellón» y sabía de lo que hablaba y, segundo, porque se percataba de la confusión máxima que regía, ya que algunos valencianos se aferraban a esas normas, concediéndoles una legitimidad que no tenían, mientras que otros se basaban en ellas para lanzarse a una mayor y total catalanización.

Por supuesto que de ese proceso hacia una mayor catalanización, los pancatalanistas no decían nada, porque siempre han actuado a espaldas de la sociedad. Francisco Lliso Genovés[17] ya había señalado flexiones verbales y léxico vario además de un conjunto de consonantes como tz, tl, tll, tm, tn, que implicaban una serie de modificaciones, introducidas de matute. A su vez Xavier Casp[18] daba ejemplos de esos cambios hechos adrede para que el valenciano se pareciera más al catalán. Muy característico era el caso del demostrativo «este» y «esta» que aparece en la redacción de las «normas» pero no «aquest» y «aquesta» que ya empleaban los mismos pancatalanistas que decían reivindicar esas «normas». Señalaba también que la palabra «ab» era aceptada en las «normas», sin embargo, los pancatalanistas imponían el «amb» catalán. Pero sobre todo advertía que donde la diferencia entre el catalán y el valenciano es manifiesta, es en la fonética y que la poesía es muy reveladora en ese aspecto. Finalmente él también sentenciaba que esas «Normas» no eran ningún tratado sobre la lengua, porque en realidad: «son unes poques i simples regles d´ortografia…».

Esas posiciones antagónicas sobre la naturaleza de la lengua valenciana acabarían en mayo de 1982 por provocar una situación de ruptura total entre la Consejería de Educación del Consell de la preautonomía valenciana en manos de UCD y la Universidad de Valencia que como hemos dicho abogaba abiertamente por que se considerase el valenciano como variante del catalán. La Universidad escenificó perfectamente esa fractura al retirarse de la Comisión Mixta de Bilingüismo, entonces órgano encargado de definir las normas del valenciano que se iba a enseñar en las escuelas para el curso 1982-83. El Decano de la Facultad de Filología[19] alegó «escasa representatividad científica» de esa Comisión Mixta de Bilingüismo por haber aprobado las normas propuestas por la Academia de Cultura Valenciana (hoy Real Academia de Cultura Valenciana). Fue hasta declarar que se habían marginado los intereses científicos en beneficio de los intereses políticos, por lo que anunciaba que la Universidad continuaría rigiéndose por las «Normas de Castellón» que, según ella, era una ortografía que «reconoce la identidad lingüística del valenciano y del catalán». Aparte de demostrar su hipocresía o su ignorancia -porque ya hemos dicho que en el documento de las «Bases de Castellón», no consta que se diga que el valenciano es catalán o modalidad del catalán-, el Decano de Filología, el Sr. Oleza adoptaba una actitud de franca rebelión institucional y de manifiesto desprecio hacia las otras entidades participantes en la Comisión Mixta de Bilingüismo. Una de esas entidades, Amunt el Cor[20]  le contestó a través del mismo periódico. Le cuestionó su supuesta superioridad científica cuando la Universidad ni siquiera daba al valenciano rango de lengua, como lo demostraba el hecho de que no se hubiera creado una cátedra al efecto. Le animó a que comprobara el currículum de cada uno de los miembros que componían la asociación Amunt el Cor, antes de permitirse emitir su despectiva opinión. Le recordó que esas «Normas de Castellón» que tanto reivindicaba habían sido elaboradas con un criterio abierto y que la Academia de Cultura Valenciana lo había tenido en cuenta. No obstante, aprovechó para poner en evidencia la contradicción en que incurría la Universidad puesto que de tanto defender las «Normas» resultaba que ni siquiera las aplicaba en su pureza, sino que lo que seguía eran «normas» ya adulteradas por múltiples modificaciones destinadas a acercar el valenciano al «dialecto barceloní». Así que su consejo al Decano de la Facultad de Filología fue que se paseara por las calles de cualquier ciudad o pueblo de la región para que comprobara que el valenciano que se enseñaba en la Facultad no era el valenciano que habla el pueblo.

Pero como hemos señalado anteriormente no solamente la Universidad apoyaba muy activamente el proceso de catalanización de la sociedad valenciana, una parte de la Iglesia también lo alentaba con total entrega, así lo demostraba el artículo de Ramón Haro Esplugues en el semanario Vida Nueva (nº 1328 de 15/05/1982, p. 49) de orientación cristiana, y destinado particularmente al clero, incluido el alto clero. El título de su artículo no podía ser más elocuente: «Valencianos partidarios del catalán». Pontificaba que diferenciar el valenciano del catalán entroncaba con opciones políticas pero no con opciones académicas o científicas.

Ramon Haro Esplugues

Ramon Haro Esplugues

En este caso el Sr. Haro Esplugues, como todos los pancatalanistas (sin excepción) insistía en que todos aquellos que niegan la catalanidad del valenciano son unos ignorantes y, con ese argumento arremetió contra una serie de personas con apellidos, incluido el catedrático de Ciencia Política y Derecho Constitucional, D. Juan Ferrando Badía[21], habitual columnista de Levante. Éste contestó a través de un artículo con el título igualmente elocuente de: «Respuesta a don Ramón Haro Esplugues»[22], indicándole que se reservaba el derecho de querellarse ya que este señor se había permitido reducir toda su obra, compuesta de 24 libros y numerosísimos artículos, a nivel de «cuentos y aberraciones». Por otra parte le retó a que le dijera cuándo históricamente hablando existieron esos «Países Catalanes» y, a continuación le hizo una exposición razonada del porqué la sociedad valenciana y catalana eran diferentes, aconsejándole la lectura de varios autores para más detalle.

Todo ello nos demuestra que durante la «Batalla de Valencia» -es decir 50 años atrás- la polémica se hacía visible al gran público y, la gente podía tomar conciencia. Hoy en día no queda apenas espacio para eso y menos para manifestar la discrepancia, porque desde el bando pancatalanista, es decir desde el bando más fuerte -el que se ha instalado en el establishment, gracias a la izquierda– se evita o se rehúye del debate para no dar pie al cuestionamiento de las tesis pancatalanistas. Para que todo parezca como «asumido». Se silencia o se da la menos relevancia posible a hechos como la introducción del término «Países Catalanes» en el Senado en 2021 y se condena a la irrelevancia mediática a todos aquellos que no comulgan con el credo pancatalanista, consiguiendo provocar que la sociedad valenciana haya entrado en un estado de sedación controlada, cuya finalidad última es permitir que culmine la operación de trasplante identitario. O dicho de otro modo, la operación de ingeniería social orquestada desde Barcelona ha entrado en una fase muy acelerada. Esto gracias a una parte de la intelectualidad valenciana que ha cedido ante los cantos de sirena y también del dinero de los nacionalistas catalanes. Unos por convencimiento: porque ya fueron adoctrinados en el odio a España y, aprueban que es mejor ser catalán que valenciano y español; otros por interés, porque ven en ello una oportunidad de futuro profesional, pues saben que no les faltarán los apoyos y, total que más les da una cosa que otra. ¡Aún se está a tiempo de impedir este genocidio silencioso!; que es parte de ese eterno combate por la justicia y la verdad.

 

Por Josefa Villanueva Espinosa.

Doctorada en Filología Hispánica por la Universidad de Paris-Nanterre. Su tesis: Le nationalisme valencien du XXIe siècle. Cent ans de pancatalanisme 1906-2006 está en parte publicada a través del libro El nacionalismo valenciano. El porqué y el cómo de las Bases de Castellón, (Editorial L´Oronella, Valencia, 2019).


[1] Borja de Riquer i Permanyer: El último Cambó, 1936-1947. La tentación autoritaria. Ed. Grijalbo (Grijalbo Mondadori, SA.), Barcelona 1996. Traducción edición de Eumo, Editorial Vic, Barcelona 1996, Edición Castellana, 1997, p. 212.

[2] Diego Sevilla Andrés (1911-1982) catedrático de derecho político de la Universidad de Valencia. Fue un referente del falangismo y del franquismo.

[3] Andrea Geniola: «Regionalisme i anticatalanisme al País Valencià». De país a comunitat. Valencianisme polític i regionalisme. Editorial Afers (Catarroja – Valencia) 1984, p. 627: cita a Julián San Valero Aparisi: «Contestación» a D. Sevilla Andrés: Unas notas sobre la personalidad valenciana. Cuadernos de la Escuela Social de Valencia/20. Valencia, 1970, p. 27-29.

[4] Véase este artículo del 25/04/2025 en https://www.elnacional.cat/ca/societat/temperatures-pluges-record-europa-i-paisos-catalans-se-emporten-pitjor-part_1399246_102.html

[5] Berto Sagrera: «El Senado avala el término ‘Països Catalans'». Diario digital El nacional.cat, 03/11/2021. https://www.elnacional.cat/es/politica/senado-avala-uso-termino-paisos-catalanss-camara-territorial_665477_102.html – También: Alberto Caparrós: «El PSOE y el PNV se ratifican y admiten el empleo del término ‘países catalanes’ en las iniciativas oficiales». Diario ABC, 09/11/2021. https://www.abc.es/espana/comunidad-valenciana/abci-senado-admite-termino-paises-catalanes-y-prohibe-usar-valencia-202111091038_noticia.html

[6] Francisco Lliso Genovés: «El franquismo y la lengua valenciana». Levante, 23/05/1982, p. 4.

[7] Enciclopedia cíclico-pedagógica, según planes originales y adaptaciones de los profesores Josep Dalmau Carles, Joaquim Pla Cargol, Manuel Ibarz, J. M. Pla y J. B. Puig.

[8] Mario Soria: «Razones de Levante». Levante, 14/04/1982, p. 3.

[9] Juan Baptista Pérez Cervera: «¿Reino o País?». Levante, 11/04/1982, p. 4. Fue publicado el 27/03/1982 en el diario ABC.

[10] José Climent: «‘Consenso’ de unas minorías». Levante, 11/04/1982, p. 2.

[11] Vicente Luis Simó Santonja: «Cuando son otros los que escriben nuestra historia». Levante, 11/04/1982, p. 2.

[12] Francisco Lliso Genovés: «¡Escuchad españoles!». Levante 15/05/1982, p. 3.

[13] José Vicente Gómez Bayarri (académico de número de la Real Academia de Cultura Valenciana): «La hora de la verdad: preocupación por la concienciación valenciana». Levante, 26/05/1982, p. 3.

[14] Xavier Casp: «Publicitat i pancatalanisme». Levante, 30/05/1982, p. 3.

[15] «Aclariment de l´Institut d´Estudis Valencians». Levante 24/04/1982, p. 8.

[16] «Cincuentenario de las llamadas ‘Normas de Castellón'». Francisco de Borja Cremades Marco. Levante, 25/04/1982, p. 4.

[17] Francisco Lliso Genovés: «El franquismo y la lengua valenciana». Levante, 23/05/1982, p. 4.

[18] Xavier Casp: «Estupidees ‘científiques’ dels pancatalanistes». Levante, 07/02/1982, p. 3.

[19] «La Facultad de Filología se niega a participar en la Comisión mixta de bilingüismo». Levante, 26/05/1982, p. 9.

[20] «Resposta d´Amunt el Cor al Senyor Oleza, ‘Decano’ de Filología de la Universitat». Levante, 09/06/1982, p. 3.

[21] D. Juan Ferrando Badía además de ser catedrático de Ciencia Política y Derecho Constitucional, era vicerrector de la Universidad de Alcalá de Henares. También fue miembro del Council of Scholars nombrado por el Comité que pertenece a la Biblioteca del Congreso de Washington y, miembro de la Asociación Americana de Ciencias Políticas (ver Levante 02/05/1982, p. 1).

[22] Juan Ferrando Badía: «Respuesta a don Ramón Esplugues». Levante 06/06/1982, p. 2.

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