Cómo ha llegado a triunfar la mentira del independentismo catalán en Valencia

BLOG

PEPITA BLOG POST 2

Escrito por Josefa Villanueva Espinosa

JOSEFA VILLANUEVA ESPINOSA, Doctora en Filología Hispánica. Nacida y formada en Francia (Universidad de La Sorbonne y Universidad de Paris-Nanterre) y casada con un valenciano. Se doctoró con una tesis titulada "El nacionalismo valenciano: cien años de pancatalanismo 1906-2006" (2017), editora: L´Oronella. Actualmente colabora con la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV) y con AFEDIV, Asociación defensora de la identidad valenciana.

10 de Marzo de 2025

Cómo ha llegado a triunfar la mentira del independentismo catalán en Valencia

En Valencia se lleva más de cien años oyendo hablar de la catalanidad de la lengua valenciana, cuando en siglos anteriores a nadie se le habría ocurrido hacer semejante afirmación o plantear semejante debate. Lo cierto es que ha sido el nacionalismo catalán el que ha traído esta polémica a principios del siglo XX (1902), de ahí que el asunto de la catalanidad del valenciano sea un asunto puramente político, que se ha disfrazado de forma premeditada en debate científico para despistar a la gente y sobre todo hurtar al pueblo valenciano su derecho a disponer de su propia lengua.

Por eso desenmascarar el conflicto lingüístico creado en Valencia obliga a remontar a su raíz política y a examinar su primera victoria en Valencia, que fue la firma del documento llamado «las Bases de Castellón», el 21 de diciembre de 1932. El año no es nada casual y al contrario de lo que implicaba esa cita, el acontecimiento pasó inadvertido a la población valenciana ya que apenas se publicitó y consistió en la firma de un documento particular en el que participó un grupito muy reducido de valencianos que por supuesto actuaban en connivencia con los nacionalistas catalanes de la Liga Regionalista y de Esquerra Republicana de Cataluña. Contrariamente a lo que pregonan reiteradamente los pancatalanistas, en aquel documento no estaba escrito en ningún lugar que el valenciano fuera catalán o una modalidad del catalán. Esta aparente contradicción se explica por el hecho de que ahí se tomaba de facto, la decisión de escribir el valenciano adoptando las normas catalanas del Instituto de Estudios Catalanes, -recién definidas (noviembre 1932)-, pero sin declararlo, es decir, sin razonarlo como habría tocado hacer, por pura coherencia; lo cual constituía una incongruencia además de una deslealtad.

El contexto histórico lo dice todo: los catalanes acababan de conseguir el primer estatuto de autonomía (09/09/1932) y desde principios del siglo XX existía en Valencia una campaña orquestada desde Barcelona para captar valencianos deseosos de seguir el mismo camino que los catalanistas: apuntarse al nacionalismo, pero no un nacionalismo valenciano, sino el nacionalismo catalán, políticamente muy activo en el Parlamento español. Cataluña estaba copiando un fenómeno que ya se daba en otras partes de Europa y, que consistía en hacer de la lengua y de la cultura pretextos recurrentes para intentar cambiar fronteras, incluso al precio de provocar guerras, como la primera y segunda guerra mundiales. Digamos que el nacionalismo tiende por naturaleza a ser expansionista, de ahí el interés de los catalanistas en ensanchar el territorio catalán hasta abarcar toda la región valenciana así como las Baleares, poniendo incluso las miras en la Cataluña francesa («le Roussillon»).

1450 El XV, El Siglo De Oro De Las Letras Valencianas

El Siglo De Oro De Las Letras Valencianas

Sin embargo, los catalanistas se toparon con una dificultad importante: el deseado territorio valenciano tenía una lengua reconocida desde el siglo XIV, gracias a sus clásicos (Siglo de Oro con Joanot Martorell, Jordí de Sant Jordí, Ausias March, Jaume Roig, Joan Rois de Corella, Sor Isabel de Villena), mientras que los catalanes no tenían una lengua verdadera en su sentido estricto, sino un conjunto dialectal. O dicho de otra manera la lengua catalana no existía como tal, porque no tenía normas escritas y fijas; y tanto es así que los catalanes cultos escribían en provenzal, prueba de que las hablas populares que regían por entonces en esos condados, no revestían para ellos ningún prestigio o interés. Y aquí toca hacer esta reflexión: si el catalán no era propiamente una lengua ¿cómo habría podido alumbrar un idioma como el valenciano que fijaba su propio modelo y sus propias normas? O dicho de forma gráfica, ¿cómo podría una persona ganar la carrera de los 100 metros mariposa, cuando aún se encuentra en la fase inicial de aprender a nadar?. Lo que significa que resulta de un ridículo absoluto el afirmar ahora que el Siglo de Oro valenciano se desarrolló en lengua catalana, cuando los propios catalanes de la época ni lo vivieron ni lo manifestaron así. No encontrarán ningún documento histórico donde los catalanes del siglo XV reivindiquen la autoría de la literatura valenciana de ese siglo. ¿Entonces por qué habrían de reclamarla en el siglo XX? Haciendo comparaciones sería como afirmar que el Siglo de Oro de la lengua española se desarrolló en América a medio conquistar y no en España, donde paradójicamente no se habría tenido conciencia de tener un Siglo de Oro. Como vemos la tesis pancatalanista no se sostiene de ninguna manera. La aparición de un Siglo de Oro va ineluctablemente ligado a un contexto social particular, como lo fue el de la Valencia del siglo XV, próspera y en plena expansión material e intelectual, con un sistema institucional nuevo y sobre todo con la conciencia de ser un reino independiente dentro de la Corona de Aragón. Valencia sólo estaba vinculada a los condados catalanes por la persona del rey. Lo mismo ocurrió en la España de los siglos XVI y XVII; vivía una gran transformación que le llevó a inaugurar una nueva era para el mundo, la Edad Moderna, donde los pensadores españoles estuvieron en el centro de los grandes debates filosóficos (autores varios como Cervantes…), jurídicos (la escuela de Salamanca y la invención del Derecho Internacional…) y religiosos (ejemplo: Ignacio de Loyola y la creación de la Compañía de Jesús…). Y otra cosa más: ¿cómo iban a tener conciencia los condados catalanes de tener una lengua única y propia, cuando ni siquiera existía esa conciencia de unidad territorial? Cuando Jaime I conquistó Valencia (1238) aún no se había firmado el Tratado de Corbeil (1258) que traía la paz entre Francia y la Corona de Aragón. Jaime I cedía los territorios al Norte de los Pirineos (excepto el Señorío de Montpellier) a cambio de conseguir la titularidad de los condados catalanes del sur de los Pirineos. Sobre el papel, en virtud de derechos históricos, esos condados catalanes pertenecían aún al rey de Francia (marca hispánica que remontaba a la reconquista hecha por los francos), por lo que Cataluña no era en absoluto la Cataluña que vemos hoy -un territorio cohesionado-, sino un conjunto de condados en la práctica independientes unos de otros, y con rivalidades internas muy poco propicias para momentos de esplendor, y menos culturales. Por el contrario el Reino de Valencia ya tenía conciencia de unidad territorial y cultural por ser un reino moro desde por lo menos 1011.

Ahora bien, llegado el siglo XX es cierto que la lengua valenciana vivía una cierta anarquía ortográfica, porque a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX la lengua había seguido su evolución natural -cosa normal-, pero sin tener su correspondiente transcripción asegurada. Es decir que el problema del Siglo de Oro valenciano fue que no llegó a crear un diccionario valenciano en su sentido académico, como sí paso con el Siglo de Oro Español (el de Antonio de Nebrija: latín/español 1492; el de Sebastián de Covarrubias 1611). En el caso valenciano esos diccionarios llegaron más tarde, allá por el siglo XVIII (Carlos Ros, José Escrig Martínez o Josep Nebot Pérez), lo que produjo un desfase importante entre la lengua escrita y la lengua hablada. Los pancatalanistas aprovechan esta circunstancia para acusar y vilipendiar la nobleza y la élite valencianas que prefirieron hablar y cultivar el castellano durante esos siglos. Cierto que la nobleza en general perdió interés por la lengua propia, porque le interesaba más hablar la lengua del rey, cuando la promoción social evidentemente siempre empujaba hacia la Corte. Esto ocurrió así en todos los países y además la naturaleza humana es la que es; las élites siempre quieren codearse con las élites, toman sus códigos de los más pudientes y nunca del pueblo llano. Pero no podemos aceptar que por eso se quiera hacer creer ahora que el valenciano fue una lengua abandonada, porque eso es radicalmente falso. No solamente estaba el pueblo que seguía hablándola, sino además una burguesía que también la escribía. Pero los pancatalanistas han preferido hablar de abandono para convencer a la sociedad valenciana de que ellos son los verdaderos defensores de la lengua y de la cultura valencianas. Es decir que ellos son los que han recogido las verdaderas esencias de la valencianía, un artimaña que les sirve para lanzar de paso un mensaje subliminal y destructor que no es otro que todo aquel que contemporiza con la cultura castellana -como hizo la nobleza- es un traidor al pueblo valenciano. Pero los que traicionan realmente las esencias valencianas son ellos, por adulterarlas catalanizándolas. Y si la nobleza descuidó la lengua valenciana, seguía existiendo una burguesía que sí se cuidaba de escribir y apreciar su lengua propia.

Fray Josep Rodríguez Biblioteca Valentina

Fray Josep Rodríguez Biblioteca Valentina

Gracias al trabajo entregado de Mn Josep Alminyana Vallés, sabemos que Fray Josep Rodríguez (1630-1703), dedicó 20 años de su vida a recopilar los nombres de autores valencianos injustamente olvidados, quienes a lo largo de esos siglos escribían o reivindicaban su lengua. Esos nombres están recogidos en su obra Biblioteca Valentina. Pero hay más, porque frente a esta lista de autores cultos, hay que sumar todo un elenco de autores que escribían directamente para el pueblo; un pueblo que por aquel entonces era mayormente analfabeto. Se dirigían a él a través de hojas sueltas, periódicos republicanos (El Mole, la Traca…) y también libros de fallas y sainetes (Josep Bernat i Baldoví). Ellos preferían recurrir a la ortografía castellana -más fácil de entender- para transcribir esa lengua valenciana muy viva. Aquí la réplica de los pancatalanistas ha sido afirmar que esos autores populares eran incultos. Una mentira supina porque había personas de muy gran prestigio entre ellos, que precisamente por su ideología republicana consideraban que había que facilitar el acceso a la información y la cultura al pueblo, pero juzgaban que la grafía del valenciano antiguo era un obstáculo. En resumen que los pancatalanistas han explotado como nadie la ignorancia de ese pueblo, al que dicen quieren salvar y devolver su cultura.

Por su parte los nacionalistas catalanes comprendieron muy pronto que para unificar los territorios era necesario unificar la cultura y también la lengua. Convertir la lengua valenciana en lengua catalana requería un proceso progresivo de acercamiento ortográfico, gramatical e incluso lexical (porque existen palabras muy distintas para expresar lo mismo. Por ejemplo: en catalán: «sortida». En valenciano: «eixida»). Para realizar esa metamorfosis echaron primeramente mano de una denominación antigua, que remitía a la raíz común de ambas lenguas: la designación de «lengua lemosina» que aparece en algunos textos antiguos -y no tan antiguos (escritos por autores catalanes del siglo XIX: Joaquim Rubió i Ors; Manuel Milà i Fontanals; Francisco Piferrer Montells…)-, para referirse a todas las hablas desde Cataluña a Valencia, incluyendo las Baleares, les sirvió a los catalanistas para decir que aquello era un «error» de los antiguos autores y que ahí donde estaba escrito «lengua lemosina» o «llemosí», había que comprender que se trataba de la lengua catalana. Con tal fin se celebró en Barcelona en 1906 el Primer Congreso Internacional de la Lengua Catalana que sirvió para presentar a especialistas de otros países allí invitados, lo que los catalanistas querían que se considerase como dominio territorial de la «lengua» catalana; para ello se prohibió emplear las palabras «valenciano» y «mallorquín» para referirse a las lenguas respectivas. Se hablaba de «lengua común». Al año siguiente, 1907, se apresuraron en crear el Instituto de Estudios Catalanes (IEC), donde Pompeu Fabra se encargó casi en solitario de definir una ortografía, lo más alejada posible del castellano (diccionario ortográfico en 1913) también una gramática (diccionario gramatical en 1918) y un léxico (diccionario lexical en 1932). Lo que significa que el catalán es una lengua de laboratorio, creada ex professo para estructurar el proyecto político; al contrario del valenciano que fue creado por una élite literaria, testigo del florecimiento de la cultura valenciana. Hay que saber que Pompeu Fabra ni siquiera era especialista en lingüística, sino que era ingeniero industrial de profesión, metido a lingüista, pero sobre todo muy metido en política.

Luis Fullana RAE

Luis Fullana RAE

No cabe duda de que se ha sobrevalorado a este señor que no llegó a ser representante de la lengua catalana en 1926 (en virtud del Real Decreto de 26 de noviembre 1926 con el que se nombró a varios representantes de las lenguas regionales), ante la Real Academia Española de la Lengua, cuando al padre Fullana, sí se le concedió la distinción de representante de la lengua valenciana. Y aunque en Cataluña se le haya puesto su nombre a una universidad (Universidad Pompeu Fabra) jamás tuvo el reconocimiento público de ningún experto extranjero, en tanto que lingüista. Los independentistas, siempre borran del pasado todo aquello que les molesta, pero quedan testimonios de la importante oposición que suscitó la labor de Pompeu Fabra en Barcelona, entre hombres de letras contemporáneos de gran prestigio social que consideraban un auténtico disparate sus nuevas normas ortográficas. Hablamos de Apeles Mestres y Oños; Narcís Oller y Moragas; Ángel Guimerá y Jorge; Francesc Matheu y Fornells entre otros, quienes llegaron a crear en 1915 una Academia de la Lengua Catalana donde publicaron unas Regles Ortogràfiques, enfrentadas a las normas fabrianas (Normes Ortogràfiques de 1913). La mayoría de ellos pertenecían ya a la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, como por ejemplo su presidente, Josep Balari y Jovany, filólogo, helenista, historiador, taquígrafo, gran conocedor de la historia de Cataluña, porque había escrito una obra titulada: Orígenes históricos de Cataluña. También estaba Alfons Par Tusquets, Francesc Carreras y Candi, o Ramón Miquel y Planas, quien lo llamó «dictador lingüístico» o Jaume Collell y Bancells, quien le reprochaba su estúpida obsesión de alejar todo lo posible la grafía catalana de la castellana, llegando a introducir cambios ridículos como el de las consonantes «mb» por «nv» afectando palabras como «cambio», catalanizada artificialmente al escribir «canvi» en vez de «cambi»; cuando su desarrollo natural desde el latín partía de «cambium». A ese respecto Josep Pin y Soler llegó a mofarse diciendo que cualquier día vería la transformación del nombre de Francesc Cambó en Canvó. Evidentemente Fabra estaba apoyado por toda una burguesía industrial enriquecida que tenía el control político de la región (partido de la Liga Regionalista) a través primero de la Mancomunitat y después del estatuto de autonomía.

Hay que tener muy en cuenta que los catalanistas a principios del siglo XX habían empezado a alcanzar una fuerza política en el Parlamento nacional. Se repartían en varios partidos políticos (de derechas: la Liga Regionalista; de izquierdas: Esquerra Republicana de Catalunya) que sin embargo, en Madrid funcionaban de forma concertada, teniendo siempre presente que el enemigo a batir era el gobierno central (es decir lo que han seguido haciendo hasta nuestros días).

Constitución 1931

Constitución 1931

Cuando les convino, apoyaron la dictadura de Primo de Rivera y cuando no, apoyaron la IIª República a cambio de que esa futura república les concediera un estatuto de autonomía (véase el Pacto de San Sebastián -17/08/1930-, un chantaje en toda regla, algo que recuerda inevitablemente lo que ahora estamos viviendo). El punto clave de la negociación se trasladó a la Constitución de 1931[1], porque en su artículo nº 11, se admitía que territorios limítrofes (acaso una provincia pero no una región en su integralidad) con afinidades históricas o culturales pudieran federarse. De poco sirvió que en su artículo nº 13 se prohibieran las federaciones entre regiones, porque los catalanistas ya tenían puestas sus esperanzas en poder derogar en un futuro ese artículo nº 13. Por ello los catalanistas ya actuaban en consonancia con ese objetivo: una futura federación de la región de Valencia con Cataluña y lo mismo con las Baleares. Para ello había que preparar las mentalidades con el relato ajustado a las necesidades. Los catalanistas tenían a su favor no solamente el prestigio social que les otorgaban sus triunfos económicos y financieros (fuerza de la industria textil, beneficiada por los aranceles que se adoptaban tanto para proteger a los fabricantes catalanes de la temible competencia inglesa como para preservar a los productores castellanos de trigo de los bajos precios de la competencia extranjera), sino también una posición dominante en el mundo editorial. Véase la empresa Espasa (1860), la rama madre del capitalismo editorial español, de donde salió posteriormente Editorial Salvat (1869) [luego en 1925 se produjo la fusión de Espasa con la madrileña Calpe (1918)]. Desde entonces hacia acá la fuerza del sector editorial catalán ha sido imparable; véase el caso paradigmático de Planeta (1949). Por eso no hay duda de que fue (y sigue siendo) un factor que coadyuvó a complementar con holgura y acierto la acción llevada en el campo de la educación, donde ya tenían montadas varias asociaciones del tipo «Nostra Parla» (1916), Agrupació Nacionalista Escolar (1919), Acció Cultural Valenciana (1930), Agrupació Valencianista Escolar (1931), Centre d´Actuació Valencianista (1931) o Associació Protectora de l´Ensenyança (1934-1938).., es decir lo equivalente a lo que tenemos hoy con Escola Valenciana, Acció Cultural del País Valencià,…

Al principio, encontraron muchas resistencias para implantarse en Valencia, pero una labor llevada a cabo de forma siempre muy sibilina acabó cuajando lo suficiente como para llegar a un relativo éxito por dos razones principales. En primer lugar, porque la instauración de la IIª República ofreció un marco territorial esperanzador para los pancatalanistas; digamos que les brindó cancha al aceptar las autonomías; y, segundo: porque los catalanistas llevaban muchos años intentando plantar esa semilla de la supuesta «fraternidad catalana», sea de la «lengua común» y, de que una lengua es una nación y que sólo la unión «nacional catalana» podía traer éxitos también a los valencianos que admiraban lo conseguido con la «Solidaridad Catalana» (elecciones de 1906) o la Mancomunidad catalana (1914-1925) y sobre todo con el estatuto de autonomía (1932); éxitos que preludiaban nuevos horizontes políticos. Digamos que se presentaban a sí mismos como el futuro, frente a una España en decadencia después del desastre de 1898. Desplegaron una verdadera operación de ingeniería social, que sabían no podría dar sus frutos más que a largo plazo, porque era cuestión de focalizar los esfuerzos de captación entre la juventud valenciana. Desde luego fomentaron muy pronto la creación de diversos partidos políticos (Joventut Regionalista Valenciana en 1907, Joventut Valencianista en 1908, Joventut Nacionalista Republicana en 1915, Joventut Nacionalista Obrera en 1921) así como periódicos (El Camí, Avant, Acció Valenciana, Poble Valencià, o La Correspondencia de Valencia), a la vez que se esforzaron en penetrar en cuantos más y mejores centros docentes posibles, para formar a esa futura élite y hacerla literalmente deseosa de unir su porvenir político al de Cataluña (según el sistema de los jesuitas: seleccionar a los mejores, para que esos mejores guíen a la masa). Digamos que la estrategia tipo de los pancatalanistas se ha basado en un discurso construido sobre dos ejes principales: por una parte practicar el discurso de la ambigüedad para ir mezclando valenciano y catalán (usando expresiones como lengua común, nuestra lengua), hasta diluir el concepto de valenciano dentro del catalán. Y, por otra parte, fomentar el odio hacia España, hacia todo lo «castellano» o español, legitimando y liderando una revancha contra una supuesta opresión histórica de los castellanos.

Prat De La Riba La Nacionalitat Catalana

Prat De La Riba – La Nacionalitat Catalana

Y esto no es ninguna exageración, basta leer el libro de Enric Prat de la Riba para constatar que aquel ideólogo del nacionalismo catalán predicaba sin tapujo, el rechazo a España, lamentándose de que: «L´ésser de Catalunya seguía encastrat com els pòlips del coral al ésser castellà»[2]. Por lo que devenía necesario fomentar ese sentimiento de rencor asociando, para los catalanes la fecha del final de la Guerra de Sucesión -1714- a una humillación de Cataluña ante España y, para los valencianos la fecha de 1707 como la humillación de Valencia. El sentimiento de odio y de revancha a la vez, en dosis suficiente, debía actuar como catalizador de ese cambio de mentalidad, hasta provocar ese deseo de mudar de nacionalidad. Digamos que la letanía victimista de los nacionalistas es ya proverbial. Pero así se cavaba silenciosamente y en profundidad esa frontera sicológica entre España y esos imaginados «países catalanes». Y fue con estas ideas en la cabeza como 35 personas (el número de firmas que constan en el documento no las 60 y hasta 70 que dicen ahora) firmaron las «Bases de Castellón».

Aquel documento siempre esgrimido por los pancatalanistas nunca se enseña. ¿Por qué? Porque se caracteriza por su confusión, su ambigüedad, sus faltas de ortografía, su ausencia de membrete y de autoridad académica de referencia tanto personal como institucional. Es lo más alejado a un documento solvente, tanto en su vertiente lingüística como académica, jurídica o institucional. Sin embargo, los mismos pancatalanistas se han dedicado a sacralizarlo, calificándolo de «científico», «histórico» y otras bondades por el estilo. Así que no debe sorprendernos que una vez ha llegado un gobierno abiertamente pancatalanista (el Gobierno del Botánic) a la Generalidad Valenciana, éste se haya apresurado en blindar esas «normas» declarándolas: «Bien de Interés Cultural Inmaterial» (decreto nº 189/2016 de 16/12/2016). También hace parte del guión el que los catalanistas lleven ya un siglo formando a toda una legión de supuestos especialistas o expertos dedicados a dar fe de lo científicas que son las tesis pancatalanistas, con la lógica finalidad de contrarrestar críticas y evitar análisis serios. Otra vez el mundo editorial ha sido clave, así como la política de crear premios ad hoc y, por supuesto regar con mucho dinero todas las entidades dedicadas a propagar las ideas pro catalanistas.

Después de inventar la unidad lingüística catalana para justificar el que el valenciano fuera dialecto del catalán, la fase siguiente era llegar a hacer creer que el valenciano era simplemente catalán. La argucia preparada ha consistido en decir que el valenciano es el nombre del idioma catalán en Valencia. Paralelamente la unidad lingüística debía legitimar una unidad territorial catalana que habría existido ya en el pasado (mentira: la Corona de Aragón no era el «Reino» de Cataluña y sus territorios en el Mediterráneo no eran colonias catalanas). Durante la II República hablaban de crear la «Gran Cataluña» (a imagen de la «Great Britain»), después con más prudencia han preferido hablar de «Países Catalanes» y ese plan empezó a tomar cuerpo en 1932, cuando se firmaron las «Bases de Castellón», que rebautizaron prontamente las «normas de Castellón». Un primer acercamiento lingüístico que debía prefigurar la futura federación política de Valencia con Cataluña. Pues fíjense si la cosa fue rápida: nada más se votó el estatuto catalán, el 9 de septiembre 1932, Pompeu Fabra publicó la última pieza que le faltaba, su diccionario lexical en noviembre 1932 (momento formal en que el proceso de normativización del catalán se puede dar por acabado), habiendo ayudado desde mucho antes a la preparación del documento de las «Bases de Castellón», que se firmó el mes siguiente, el 21 de diciembre del mismo año (1932). Y la mayor dificultad fue conseguir la firma del padre Fullana, la única eminencia en lingüística, gramática y filología, en Valencia y, quien podía otorgar algún valor a aquellas 8 hojas de las que 3 estaban reservadas para las firmas  .

La primera pregunta obvia es: ¿por qué firmó Fullana aquel documento? Fullana evidentemente no quería firmarlo. Primero: porque sabía que era negar su propio trabajo riguroso y científico (Fullana siempre explicaba las reglas con las que se regía), sus propias normas (1914: Normes Ortográfiques; 1915: Gramática Elemental de la Lengua Valenciana; 1922: Compèndi de la Gramática Valenciana; 1932: Ortografía Valenciana), unas normas que correspondían al valenciano culto del siglo XX, según las distintas leyes de la lingüística, como la fonética evolucionista, que él había aplicado.

Ramón Menéndez Pidal 3

Ramón Menéndez Pidal

Por esas fechas, ya había defendido ante la Real Academia Española[3] (11/11/1928) la originalidad e independencia del valenciano frente al catalán y el académico Josep Alemany Bolufer, también valenciano, le había dado la réplica, reforzando esa afirmación al aportar él también más referencias bibliográficas apoyadas en obras del que era entonces director de la RAE, Ramón Menéndez Pidal. Segundo: porque sabía lo que pretendían esos supuestos valencianistas (pro catalanistas), aunque él ya había dicho en un artículo que le parecía un absurdo. Y tercero porque sabía que era un grave perjuicio para el idioma valenciano, el desviar éste de su evolución natural y permitir diluirlo en el catalán. En Marzo de 1919 había vuelto a declarar: «la imposibilidad de unificar las dos ortografías: valenciana y catalana.

 

 

 

Lluis Fullana I Mira 3 ©YOSOCCHE

Lluis Fullana i Mira , imagen de Ilustres hablan en yosocche.com

Tratar, pues de acomodar nuestra ortografía a la catalana, además de ser cosa antipatriótica, es empresa irracional y antilógica»[4]. Por supuesto que Fullana jamás fue a Castellón, entre otras cosas porque él residía en Madrid, dedicado a su labor de académico de la RAE (por consiguiente no pudo ser el primer firmante tal como cuentan los pancatalanistas). Tuvieron que ir 3 veces allí a suplicarle que firmara [5] y, Fullana accedió finalmente por las presuntas presiones de sus superiores jerárquicos, un hecho que ya se había producido en el año 1919, dejando prueba escrita de ello en su artículo de 17 de abril 1919 en el periódico Las Provincias. Había escrito «previa censura de superiores nuestros», quienes le habían obligado a dejar de corregir la gramática catalanizadora del joven Bernat Ortín Benedito; algo que llevaba haciendo desde varias semanas por medio de distintos artículos[6] en ese mismo periódico. A partir de ahí Fullana dejó de criticar aquella gramática y ya no aparecieron más artículos suyos. Y por si fuera poco, tampoco pudo publicar su trabajo: Diferencias lingüísticas entre el valenciano y el catalán, algo que ya tenía muy adelantado por basarse en sus conferencias hechas en Barcelona en 1915[7] (invitado entonces por el Instituto de Estudios Catalanes y por la Academia Catalana de la Lengua que lo querían convencer y no pudieron). Allí en persona había explicado y razonado esas diferencias del valenciano con respecto al catalán. ¿Por qué cedió Fullana al final? Porque era sacerdote y, había hecho los 3 votos reglamentarios: el de pobreza, castidad y obediencia.

Normes32 1

Las Bases provisionales de Castellón

Por lo que Fullana debía obediencia a sus superiores y, claro sabemos que dentro de la iglesia el catalanismo tenía una fuerte implantación (el Monasterio de Montserrat en particular y los jesuitas catalanes). Así que puesto en la disyuntiva de tener que firmar, Fullana lo hizo poniendo una reseña que intentaba minimizar el alcance de lo allí escrito, introduciendo la palabra clave «Provisional» y diciendo: «Atés lo caracter provisional que tenen les Bases anteriors no tenim inconvenient en firmarles». Por cierto, todos aquellos que enaltecen las «Bases de Castellón» nunca mencionan esta advertencia de Fullana, ni tampoco lo que dejó escrito Lo Rat Penat (entidad decana del valencianismo), que fue aún más preciso por manifestar sus reproches.

Después del silencio del régimen franquista, en que los pancatalanistas (Manuel Sanchis Guarner, Joan Fuster y otros) continuaron la labor de catalanización siempre sibilina y silenciosa en la Universidad de Valencia, el partido socialista (PSOE) se distinguió en la «Batalla de Valencia» por defender las tesis pancatalanistas, de ahí la guerra de los símbolos (1977-1982). Desde antes mismo de la Transición se puede considerar que la Universidad de Valencia era ya el bastión de las tesis pancatalanistas, gracias al concienzudo trabajo de zapa y mentiras realizado. Cuando el PSOE llegó al gobierno de la Generalidad en 1983 ese partido entronizó las «Bases de Castellón» a través de la Ley de uso y enseñanza del valenciano (Ley 04/1983 de 23 de noviembre). Volvía a ser una decisión política, como lo fue también el posterior dictamen del Consell Valencià de Cultura en julio de 1998. Esto se debió a que en 1995 la Generalidad Valenciana había pasado a manos del Partido Popular, pero en 1996 el PP ganador de las elecciones generales, sin mayoría absoluta se vio necesitado de los votos de otro partido para que José María Aznar López pudiera ser investido presidente del Gobierno. Le faltaban 20 escaños para la mayoría absoluta (176) y, el partido catalanista Convergència i Unió se mostró dispuesto a apoyar al PP a cambio de conseguir más competencias para Cataluña y sobre todo con la condición irrenunciable de ceder a Cataluña la competencia lingüística de la Comunidad Valenciana. El pacto se fraguó y, Jordi Pujol consiguió esa competencia lingüística que se le había escapado con la «Batalla de Valencia». Se aceptó por parte de los catalanistas la designación de lengua valenciana a cambio de que se reconociera su naturaleza catalana (como que la lengua catalana se llama valenciana en Valencia) y, se admitió la unidad de la lengua, entendiéndose siempre, «unidad catalana»; eso implicaba que la literatura valenciana iba a formar parte de la literatura catalana.

2008 02 02 VALÉNCIA HUI El PP Entregó La AVL Al Catalanismo Y El POSE La Incluyó En El Estatuto

Periódico Valencia Hui de la sección PRENSA en yosocche.

Y por si fuera poco, se consensuaron los términos para la creación de la Academia Valenciana de la Lengua, que no Academia de la Lengua Valenciana, para impedir precisamente esa expresión «lengua valenciana». El 8 de abril siguiente el pacto quedó sellado, denominándose: «Pacto de Reus», por celebrarse en esa localidad; y, poco después el 4 de mayo, Aznar pudo ser investido presidente del Gobierno gracias al Pacto del «Majestic», que recogía la globalidad del acuerdo de investidura. Todo estaba decidido y por consiguiente lo que vendría después sólo sería una representación teatral para no parecer que se atropellaban los derechos de los valencianos. El 17 de septiembre de 1997, las Corts pidieron al Consell Valencià de Cultura (CVC) que emitiera un dictamen sobre la situación lingüística del valenciano, tomando supuestamente en cuenta los criterios científicos e históricos. De nuevo, se evitaba cuidadosamente plasmar sobre el papel las motivaciones y decisiones políticas que iban a sustentar el dictamen final. De poco sirvieron las protestas de Josep Boronat Gisbert, de Xavier Casp i Verger y de Leopoldo Peñarroja Torrejón que tomaron parte en la defensa de la originalidad del valenciano frente al catalán. Las conclusiones del dictamen fueron dadas a conocer el 13 de julio 1998 acatando punto por punto lo pactado a nivel político y, por consiguiente, mintiendo sobre la naturaleza de las «Bases de Castellón». Esto ha permitido evidentemente afianzar el proceso de catalanización del valenciano y, es en lo que ha estado desde entonces la Academia Valenciana de la Lengua (AVL), quien garantiza y da cobertura oficial a esa operación de trile (o trilerismo) institucional. Esta perversión del lenguaje permite a los pancatalanistas decir que defienden el valenciano en las escuelas, cuando en realidad están defendiendo el catalán, porque lo que se enseña es el catalán y no el valenciano verdadero que se rige por las Normas de El Puig (las de Fullana actualizadas) y no las de Castellón. Se puede afirmar ya que todo lo que la izquierda defiende como «valenciano» (lengua, literatura, fallas, cultura tanto en su aspecto culto como en su aspecto popular) lo está traspasando al patrimonio catalán; lo que constituye un auténtico expolio. A veces esos representantes de izquierdas (ahora todos pancatalanistas) hacen ese traspaso abiertamente, declarando sin rubor que hablan catalán; otras veces se limitan a decir solamente que hablan valenciano. Pero si usted lector quiere tener prueba de que en la cabeza de ese representante político el valenciano es catalán, sólo le bastará declarar por su parte que el valenciano no es catalán y que no lo ha sido nunca. Entonces usted lector podrá vivir en sus propias carnes cómo le tachan de «fascista» o en el mejor de los casos de «blavero»; que para los pancatalanistas es lo mismo. Pero esa persona que le estará ofendiendo sólo alcanzará a demostrar su soberbia ignorancia o su soberbia hipocresía.

Por Josefa Villanueva Espinosa.

Doctorada en Filología Hispánica por la Universidad de Paris-Nanterre. Su tesis: Le nationalisme valencien du XXIe siècle. Cent ans de pancatalanisme 1906-2006 está en parte publicada a través del libro El nacionalismo valenciano. El porqué y el cómo de las Bases de Castellón, (Editorial L´Oronella, Valencia, 2019).


[1] Constitución de 1931 en Internet: https://www.congreso.es/docu/constituciones/1931/1931.pdf

[2] Prat de la Riba, Enric : La nacionalitat catalana, p. 41. En Internet: https://eapc.bibliotecadigital.gencat.cat/bitstream/handle/20.500.14227/2206/nacionalitat_catalana.pdf Edición digital: 2007, Escola d´Administració Pública de Catalunya, Barcelona, abril 2007. Reproducció facsimil de la primera edició de la Tipografia L´Anuari de la Exportació (Barcelona 1906).

[3] Discurso disponible en Internet: «Origen del valenciano y demás lenguas románicas». En http:www.rae.es/sites/default/files/Discurso_de_ingreso_Luis_Fullana_y_Mira.pdf

[4] Fullana Mira, Luis: «Gramatología valenciana: «La gramática del Sr. Ortín». Las Provincias, 16/03/1919.

[5] Vila i Moreno, Alfons: Les Normes del 32. Aportació Documental (Estudi al voltant de les Bases d´Ortografia Valenciana de 1932). Edita Lo Rat-Penat. Colecció Al Vent, 1997, p. 39.

[6] Ver la serie de artículos de Luis Fullana: «Gramatología valenciana: La gramática del Sr. Ortín». en el periódico Las Provincias, año 1919, días: 20, 23 y 27 de febrero; 6, 10, 16 y 24 de marzo; y, 17 de abril.

[7] Los días 10, 11, 12 y 13 de agosto 1915, Fullana había dado en Barcelona 4 conferencias sobre las diferencias entre el valenciano y el catalán: 1/ «Diferències fonètiques entre el valencià i el català», 2/ «Diferencies gràfiques i ortogràfiques», 3/ «Diferències lèxiques i morfològiques», 4/ «Diferències sintáxiques», según J.-Benjamín Agulló Pascual: Biografía de Lluïs Fullana Mira O.F.M, Editorial Del Sena al Segura, S. L., Valencia, 1998, p. 64.

Entradas anteriores

0 Comentarios

Enviar un comentario

Su dirección de correo electrónico no se publicará. Los campos obligatorios están marcados *