Operación «Caballo de Troya»
Este artículo de Enrique de Diego fue publicado en el periódico Las Provincias el 20 de junio 1997 justo una semana despúes de la gran manifestación de Valencia en contra de la inmersión lingüística catalanista. Lo he encontrado en el libro «Lengua Valenciana, una llengua suplantada» (pág. 207, documento III.4.7) de Mª Teresa Puerto Ferre, vi la necesidad de incluirlo en el BLOG de yosocche.com. MªTeresa Puerto Ferre anotó al lado del artículo lo siguiente:
«Operación Caballo de Troya» del periodista e investigador Enrique de Diego da una sencilla radiografía de la forma, nazi-stalinista pero sutil, de la introducción del catalanismo a través del adoctrinamiento uniformizado en universidades, institutos y escuelas por la via de la inercia y dejando que el tiempo haga su labor de zapa: «dentro de unas décadas, las generaciones catalanizadas no encontrarán sentido a la diferencia; estarán ya formadas en la docilidad…».
Operación «Caballo de Troya»
Incapaz la coalición de la Hélade, capitaneada por los atenienses, de superar los muros y doblegar el valor de los troyanos, idearon una estratagema para obtener espúreamente lo que no habían podido conseguir en buena lid. Mostraron todos los síntomas de una retirada ordenada, incluidos los sacrificios a los dioses.
Entre las ofrendas votivas dejan un caballo de madera de descomunales dimensiones, en cuyo hueco vientre escondieron a algunos de sus mejores guerreros, para que dentro de la ciudad inexpugnable abrieran las puertas de improviso. Cansados los troyanos del asedio, se desbordó la alegría del gentío, se organizó el festín y la algarabía generales, y deseosos de una paz largo tiempo hurtada encontraron en el singular caballo un signo premonitorio de un descanso eterno.
La historia y el final son suficientemente conocidos. Forman parte de la historia de la literatura más excelsa de los orígenes de la civilización occidental, y es una permanente lección de estrategia para los incautos.
Pues bien, se ha puesto en marcha una operación “Caballo de Troya» en la que, retiradas las huestes del »Bloc» con apariencia de un conflicto aletargado, se intenta obtener el mismo resultado por la vía de la inercia dejando que el tiempo haga su labor.
Ese «Caballo de Troya» es de sobra conocido, lleva puesto en el interior de las murallas desde hace tiempo, ha sido denunciado sin desmayo por los valencianistas más preclaros y más infatigables.
Ese «caballo de Troya» es la enseñanza.
No es el único, pero es el fundamental. Desde la más tierna infancia hasta los cursos de doctorado, a los que voluntariamente desean aprender valenciano o los que reciben esa asignatura obligatoria, se les enseña otro idioma, se les enseña catalán.
El «caballo de Troya» postfusteriano —no hay ya empacho en denunciar a Joan Fuster por radical o por haber identificado catalanismo con izquierda— no hace ya cuestión de los nombres. No importa que al catalán se le llame valenciano, lo decisivo es que sea catalán.
Valenciano es sinónimo de catalán, es el catalán del sur de los “paisos”. Dejemos a los valencianistas el folclore, controlemos nosotros la realidad, ésa es la nueva estrategia de los pancatalanistas.
Dejemos a los valencianistas sus fallas, sigamos controlando sus escuelas y universidades. Asumamos en nuestros diccionarios y nuestras gramáticas el valenciano como parte del catalán. Ya no hay que colonizarlos basta con diluirlos. Entren así nuestros libros en sus escuelas y universidades; y la enseñanza permanente del catalán obtendrá la victoria final.
No es preciso ya un nacionalismo catalán, defendamos el nacionalismo valenciano, para confluir después. Debilitemos sus defensas, su relación con el proyecto nacional común, y todo vendrá por añadidura.
Dentro de unas décadas, las generaciones catalanizadas no encontrarán sentido a la diferencia, estarán ya formadas en la docilidad y considerarán a los valencianistas de ahora, y a sus posturas, la antigualla de unos románticos fuera del sentido de la historia.
No es a través del conflicto por donde intenta llevarse a cabo esta inteligente —por qué no reconocerlo— operación, sino mediante el pacto. No es Eliseu Climent ya el riesgo. Él incluso puede ser sacrificado, obeso de multimillonarias subvenciones, al nuevo plan. Es el adormecimiento, la irresponsabilidad y la acidia lo que se busca.
No es tampoco la actitud cínica del conde de Lampedusa, de forma que algo cambie para que todo siga igual. Sino la búsqueda, de que bajo la embriaguez del triunfo aparente, las huestes de la “normalización” abran las puertas de la ciudad a generaciones ya «normalizadas», en una vasta operación de manipulación.
Llamemos valenciano al catalán; eso es indiferente. Cuanto más corra la especie, mejor. Creemos una nueva costumbre que se extiende por el funcionariado de los Lacreu. Puede admitirse una nueva Universidad, pero que sea científica, aséptica.
La paz de las universidades puede conseguirse o acudiendo a apoyar a los profesores dispuestos al cambio o aumentando las dotaciones presupuestarias a los rectores.
Eso es lo más llamativo de nuestro modelo: que la indoctrinación y el cambio del modelo de sociedad no se hace desde el esfuerzo personal, sino con los fondos públicos, con el dinero de todos. ¡Contra el sentir de la mayoría, a lomos de una minoría que no supera el 4,8 %!
Aquí paz y después gloria. La exigencia es que se respeten los nombres estatutarios. Pero si los nombres esconden otra cosa —y la esconden— entonces la «operación caballo de Troya» avanza y consigue su objetivo.
No es suficiente el continente sin el contenido, ni la forma sin el fondo.
¿Que usted me niega la subvención a mi diccionario catalán?
No hay problema.
Le añado unas palabras de valenciano. Todos contentos: la subvención sigue, y usted, político, puede vender que ha conseguido enriquecer el léxico catalán.
Sigo indoctrinando en catalán en las universidades, ustedes me aumentan las dotaciones para que lo haga mejor y con menos ruido. Enseño catalán a los niños con el nombre de valenciano, y usted mira para otra parte y se fija solo en las estadísticas no en su trasfondo.
Esa es la nueva estrategia del pancatalanismo —está en sus textos doctrinarios—. No habrá batallas frontales como las que hemos conocido, sino el caballo de Troya como ofrenda a un triunfo ficticio.
Estamos en el intento de, solapadamente, realizar la larga marcha subterránea hacia el catalanismo, y es responsabilidad del PP y de UV hacerle frente.
Después de la impresionante manifestación del 13 J, que marca un hito en la historia democrática de la Comunidad Valenciana, hay resortes morales para oponerse a la operación “caballo de Troya».
Por si había alguna duda, ha quedado meridianamente claro que la defensa de las señas de identidad, y en primer lugar de la lengua propia y diferenciada, es el consenso generalizado de la sociedad del Reino de Valencia.
La unidad del valencianismo, con la legitimidad del valencianismo cultural, y la unidad de acción del político Partido Popular y Unión Valenciana, constituyen bases sólidas para dar la vuelta a la tortilla del lermismo y pasar par el aro al catalanismo para hacer nuestro autogobierno irreversible, y contribuir a la consolidación del proyecto nacional.
Esta es la clave para que el «caballo de Troya» no triunfe los nombres son importantes, lo son aún más los contenidos. A su favor juega la inercia, en su contra la firme voluntad de los valencianos, el compromiso de su sociedad y sus fuerzas políticas valencianistas, avaladas por la comunión de sentimientos manifestada en la riada humana que inundó Valencia un inolvidable 13 de junio.
Por Enrique de Diego (Las Provincias, 20 de junio 1997)
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